“Lo cierto es que ésta es la única forma en la que puedo vivir: en dos direcciones. Necesito dos vidas. Soy dos seres.” Anaïs Nin
Estoy de viaje. A veces en un hotel, a veces en la casa de alguien, otras en un aeropuerto. Es el momento de volver pero no consigo terminar de armar las valijas, no puedo meter adentro todas las cosas que compré, no logro volver a poner mi ropa, tengo varios regalos grandes y pesados que no entran o no sé cómo acomodar. Una valija y un bolso de mano no me alcanzan, busco algo más adonde meter tantas pertenencias, sé que no podré transportarlas, es demasiado peso para mí sola.
¿Y si dejo todo acá? ¿Después de todo, son realmente mías estas cosas? ¿Dejo de ser yo si no las vuelvo a ver? Maldito Fromm, malditos ideales de la adolescencia. En esta vida, mi duda no es tener o ser. No es práctico preguntarse ciertas cosas. No a esta altura . Tengo que volver ¿puedo?¿quiero?
Estoy a punto de perder el avión. Ahora la cuestión es que no consigo cerrar las valijas, no llamé al taxi, no hablo el idioma. Siento miedo. No sé cómo voy a hacer para llegar a tiempo al aeropuerto. Pero sé que volveré a casa.
El micro ya está completo, todo un grupo esperándome a que suba. Pero aun no puedo salir de la habitación. No tengo las valijas listas, ¿pero cómo? ¿no sabías que ya es el día y la hora fijada para la vuelta a casa? Recién me levanto, no puedo moverme, no sé por dónde empezar. Me pregunto si vale la pena intentar empacar, o si todos e irán mientras esté haciéndolo, si el chofer me esperará o lo que más temo, si alguien preguntará por mí.
No puedo encontrar el pasaje de vuelta ¿o lo que no tengo es el pasaporte? El vuelo saldrá, el chofer del micro arrancará. Y yo que no llego a tiempo, sin documentos. Me quedo sola, atrás, abandonada. Con la nada en un no lugar, fuera del tiempo, del espacio. Lejos de los rostros. Extraño.
Algunas veces también me quedo sin plata. Llego a una ciudad y me desoriento. No sé cómo viajar en subte. A veces son ciudades que visité, y ahí me espera ella. Ella que se quedó y lo logró.
Quiero gritarle cuando me pregunta cómo está todo en mi vida mientras tomamos mate en mi balcón, pero me hablás de él y se te abre el pecho y solo puedo abrazarte y decirte que qué lindo, que qué bueno que todavía seamos casi casi mejores amigas.
Conozco el camino para llegar a tu casa, pero no lo encuentro. Y me da miedo porque no quedamos en que me buscarías a la estación. No me salen las palabras, no recuerdo tu dirección, no sé cómo terminará este día. ¿Y si me encuentro con él? ¿Si todavía me persigue para cuidarme?
Cada tanto me hace caso y se decide a dejarme de una vez. Se da cuenta de que sin mí sería más feliz, acepta el amor de otra y se queda con ella. Y yo vuelvo a ser yo. Sola. Ante la nada. Sin nadie. Sin familia, sin hijos, en el silencio. Siento el vértigo de la soledad. Miro el camino que no es. Hacia atrás el peso que creo haber soltado. Hacia adelante el abismo.
El me da todo. Me siento segura.
Pero no estoy en la tele.
Y todavía no escribí autoayuda.
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